Redacción: Valentina Nieto
Tras el fallecimiento del papa Francisco, la Iglesia católica activa un protocolo riguroso conocido como sede vacante, según El Vaticano, es un periodo en el que la Santa Sede queda sin pontífice y se suspenden las funciones de gobierno de la Iglesia, excepto aquellas que no pueden ser postergadas.
El proceso inicia con la certificación oficial de la muerte, generalmente a cargo del Camarlengo, quien también asume funciones administrativas durante la sede vacante. A partir de este momento, se lleva a cabo el entierro del papa fallecido, normalmente entre cuatro y seis días después, seguido de nueve días de luto conocidos como novendiales.

Posteriormente, se convoca al Cónclave, una asamblea secreta conformada por los cardenales menores de 80 años, quienes tienen la responsabilidad de elegir al nuevo pontífice. Este proceso se desarrolla en la Capilla Sixtina, bajo estrictas normas de aislamiento y confidencialidad.
Durante el Cónclave, los cardenales realizan votaciones diarias hasta lograr una mayoría de dos tercios a favor de un candidato. Cada jornada puede incluir hasta cuatro votaciones. Si no se alcanza un acuerdo, el proceso se repite hasta obtener un nuevo papa.
El resultado de cada votación se comunica mediante la tradicional fumata. El humo negro indica que no se ha alcanzado una decisión; el blanco, que se ha elegido un nuevo pontífice. Una vez electo, el nuevo papa acepta formalmente su elección, elige su nombre papal y es presentado al mundo desde el balcón central de la Basílica de San Pedro con el anuncio: “Habemus Papam”.
Este proceso milenario, cargado de simbolismo y tradición, garantiza la continuidad espiritual y administrativa de la Iglesia católica, una de las instituciones más antiguas del mundo.
